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Adolescentes inventoras: seis chicas que se acercaron a la tecnología

4/07/18

Existe una diferencia abismal entre el ingreso de hombres y mujeres en carreras vinculadas a la tecnología; pero ellas descubrieron su pasión y no pidieron ningún permiso.
Tiempo de lectura: 6 minutos

¿Podrías decirme algunos nombres de inventores? «Benjamin Franklin», «Leonardo Da Vinci», «Thomas Edison», «Albert Einstein», «Nicola Tesla», «Alexander Graham Bell», responden unas niñas. ¿Podrías nombrar alguna inventora? «Mmm, no», «¡Qué difícil!», «Ehh», «En la escuela siempre estudiábamos sobre inventores. Me acabo de dar cuenta», reconocen.

 

En la previa de la celebración del Día Internacional de la Mujer de 2016, Microsoft realizó un video en el que preguntaba a niñas sobre inventores. Todas ellas respondían nombres de hombres y ninguna conocía a mujeres inventoras. Incluso, no eran conscientes de que solo estudiaban perfiles de referentes masculinos. Pero hay referentes mujeres; y muchas. Tabitha Babbitt inventó la sierra circular; Patricia Bath inventó la cirugía láser para las cataratas; Sarah Mather creó el telescopio submarino; Ada Lovelace inventó el primer algoritmo informático. Al igual que ellas, muchas otras forman parte de la historia de la ciencia y la tecnología.

 

Sin embargo, la mayoría de las personas relacionadas con carreras universitarias o trabajos tecnológicos son hombres. Según el informe de Formación Académica 2016 de la Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información (CUTI), en 2015 ingresaron 219 alumnos a la educación media tecnológica; solo 46 de estos eran mujeres. De los estudiantes de la tecnicatura en tecnología de la información, tecnólogos en telecomunicaciones y tecnólogos en informática de todo el país en 2016, el 83% de los ingresos correspondía a hombres, mientras que el 17% eran mujeres.

 

Lo mismo sucedió con las carreras de grado, tanto públicas como privadas. En 2014, la proporción de alumnas correspondió al 22% de los matriculados. Asimismo, en cuanto a los estudiantes de posgrados, en 2015 hubo una matrícula de 75 hombres y 20 mujeres en el país.

 

La diferencia de género abismal que se observa en la educación uruguaya no se debe a un tema de capacidad o falta de talento femenino para cumplir estos roles. Pablo Correa, coordinador educativo de ÁNIMA, declaró a Cromo que detrás de la tecnología hay «una cuestión social que dice que los varones son los que deben dedicarse a las computadoras». Sin embargo, dijo que algunos estudios neurocientíficos hablan de que las mujeres tienen mejores potenciales para ciertos aspectos tecnológicos. «La tecnología cada vez tiene más peso en cuestiones sociales y es importante que también haya mujeres», indicó.

 

Pablo Macedo, docente de historia e informática y encargado del taller de robótica del Liceo nº 6 de la ciudad de Rivera, opinó que el problema parte de cuando muchos años atrás no todos llegaban a la universidad. Los planes para los hijos no solían ser los mismos que para las hijas. «El futuro de muchas chicas no pasaba por estudiar y eso forja una matriz cultural que con el tiempo crea categorías que son irreales de cosas que ‘son para chicos’ y cosas que ‘son para chicas’. Esa matriz cultural de la sociedad continúa siendo muy fuerte», explicó a Cromo.

 

A su vez, lo cultural opera en el momento en que los adolescentes optan por materias en educación media. Muchas veces, dijo el profesor, hay familias que no les brindan la oportunidad a las hijas.

 

No se prohíbe la entrada

 

Algunos niños nacen sabiendo cuál es su vocación. Tal como le pasó a Dana Castroman, a la que siempre le gustó navegar en internet e investigar sobre tecnología. Así que entró a UTU, donde tenía una materia llamada tecnología, y aprendió a armar circuitos eléctricos. A los 15 años, Castroman se dio cuenta de que quiere dedicarse a alguna rama de la ingeniería. Se inclina por ingeniería en sistemas o analista en sistemas. Este año ingresó a ÁNIMA, un bachillerato tecnológico dual que apunta a dar la oportunidad de estudio a jóvenes de contextos vulnerables.

 

ÁNIMA cuenta con dos orientaciones: Informática, a la que llaman Tics, y Administración. Tiene una duración de tres años y el objetivo es acercar el mundo del trabajo al del estudio. Quienes egresan de la orientación Tics egresan como desarrolladores web junior.

 

Aunque Castroman recién está en el primer año, ya está llevando a cabo un proyecto. En un grupo de seis, en el que hay tres hombres y tres mujeres, trabaja en la realización de un chaleco para ciclistas. El objetivo es que, en el momento en que la persona levante el brazo, se prenda un señalero que indique que va a doblar.

 

En el último año de esta orientación está Fernanda Mayer, de 17 años, que quiere estudiar diseño web. Nació en un hogar que tiene como protagonista a la informática. Sus hermanos siempre demostraron interés en el tema e incluso el mayor repara computadoras. Ella entendió que su formación también debía ir por esa vía.

 

Ahora en ÁNIMA trabaja en un proyecto para controlar las luces y enchufes de las casas. Es decir, el usuario podría tener un mejor control de su casa y de la energía que gasta.

 

Al igual que el equipo de Castroman, el de ella es equitativo con dos hombres y dos mujeres. Sin embargo, en su clase son 20 alumnos, y solo cuatro son mujeres. Mayer cree que esto se impone desde chicos. «No se prohíbe la entrada de mujeres, es un tema más social», señaló.

 

El coordinador educativo sostuvo que, de 98 alumnos de ÁNIMA, 69 son varones y 29 mujeres. Como institución se apuesta a que lleguen más chicas.

 

«Desde niños es como que la electricidad y esas cosas son más para los niños. Mientras que las muñecas y la cocina son más para las mujeres», concluyó Castroman.

 

Las únicas

 

En el liceo de Canelón Chico, a un adolescente le llamó la atención un llamado de la cartelera. Invitaba a hacer un emprendimiento con objetivos sociales. Convocó a dos compañeros y a una compañera y juntos crearon una aplicación para reducir los tiempos de comunicación entre la familia y la institución. La chica del grupo, Nahiara Chavasco, era la que estaba más por fuera del tema. Se presentaron al concurso Soluciones para el Futuro, de Samsung y Socialab, y quedaron entre los seis mejores y viajaron a la final en Argentina.

 

Para Chavasco, el viaje fue realmente particular. Al llegar la anunciaron como la única mujer de la competencia, lo que ella creyó que era una broma. A pesar de ser la única chica, nunca sintió un trato diferente. «Era otra carga, pero las organizadoras me mimaron de otra forma», agregó.

 

Si bien decidió estudiar medicina, esta oportunidad le despertó el interés en la tecnología. «El proyecto abrió esa ventanita de pensar que puedo seguir emprendiendo», comentó a Cromo. Al igual que el resto de las adolescentes nombradas, ella considera que es la sociedad la que impone que una actividad «sea» para hombre o para mujer.

 

En esta línea, Ana Nobile, exalumna del liceo Tomás Berreta de Canelones, siempre supo que le gustaba la tecnología pero no se animaba a acercarse al Taller de Robótica de la institución. En 2017 cursó 6º de ingeniería y un docente de matemática decidió dedicar una hora de clase a enseñar programación. Al ver que a Nobile le encantaba, le sugirió que fuera al taller extracurricular. Decidió ir para probar y participó con un grupo en un concurso de la Facultad de Ingeniería, que obtuvo el segundo lugar. El primer premio se lo llevó un compañero que ganó la oportunidad de ir a competir a la Robocup, una competencia mundial de robótica que se realiza en Canadá. Entonces los docentes formaron un grupo de seis alumnos para viajar: cinco varones y una mujer, Ana Nobile.

 

En Canadá, de donde regresaron esta semana, fueron a presentar un robot autónomo que es capaz de seguir una línea y clasificar pelotas «vivas» o «muertas», es decir, que tenían electricidad o no, para simular un rescate espacial.

 

Según ella, si el profesor de matemática no le hubiese dado la oportunidad de aprender programación, es probable que no estuviera en primer año de Ingeniería Eléctrica. «Hay muy poca participación de mujeres en la tecnología, no por falta de interés y mucho menos por falta de capacidad», señaló.

 

«Hay ciertas actitudes muy machistas en la sociedad al pensar que la educación o actividades dentro de la educación pertenecen a los hombres», sumó Chavasco.

 

Orgullosa

 

Los talleres de robótica no solo se encuentran en la capital y los departamentos cercanos, sino en liceos de todo el país. En el Liceo nº 6 del departamento de Rivera, Fernanda Bueno, de 15 años, participa desde hace cuatro años. Actualmente estudia en Ifsul, un instituto binacional, donde hace la Tecnicatura de Electro Electrónica. En el futuro quiere estudiar en la Facultad de Ingeniería.

 

Bueno participó en las Olimpiadas de Programación de Robótica y ganó el primer lugar en el Club de Ciencias de 2015. Luego, en 2017, creó un submarino con el objetivo de limpiar el arroyo Cuñapirú. La idea es que se mueva a través del agua y limpie los desechos sólidos. Con el proyecto obtuvo una mención especial.

 

Bueno dijo que la tecnología solía ser una profesión muy masculina, pero actualmente está cambiando. Incluso, en este taller son más chicas que varones. «Estoy muy orgullosa de decir que somos mayoría mujeres», precisó.

 

De la misma edad y en el mismo taller, Agustina Martínez también desempeñó un rol importante en robótica. Actualmente estudia en el Liceo nº 1 de Rivera y es el tercer año que concurre a Robótica. Algunos de sus proyectos recibieron menciones en concursos nacionales. En el segundo año llevó a cabo un robot que generaba energía hidroeléctrica y fue reconocido con una mención especial como Proyecto de Desarrollo Sustentable.

 

Inicialmente, Martínez fue parte de un equipo de cuatro mujeres; una de ellas se fue y ahora son tres y un hombre. Con esta conformación se preparan para otros concursos internacionales.

 

Pablo Macedo, quien está a cargo de dicho taller, sostuvo que la institución hace todo por integrar a más mujeres. El desempeño de ellas «es muy positivo por su capacidad de liderazgo y de organización», opinó.

 

 

 

Fuente: Cromo – El Observador

 

 

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